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Cocina conventual; milagrosos manjares



Con manos hábiles y delicadas, las monjas agustinas, franciscanas y dominicas desde sus conventos, durante el Siglo 16, realizaban deliciosos platillos y una gran variedad de ricos panecillos.


En el mundo conventual novohispano, la panadería tuvo un papel importante, ya que fue la base de la alimentación diaria, también fue símbolo de caridad y consuelo para los necesitados y el inicio para la realización de ricos panes, empanadas o rosquillas para las familias de abolengo de la ciudad.
El milagro de Santa Teresa de Jesús, consumado en 1673 en el convento de Nuestra Señora de Regina Coeli, narra que al colocar las migajas de pan en un jarro y debajo de éste la imagen de la santa, se multiplicó en panecillos de diversas formas.



El seguimiento para comprobar el milagro lo hizo la orden de las carmelitas descalzas, en la Ciudad de México con la colaboración de la beata María de Poblete.

En conventos del Siglo 16 se encontraron restos de grandes hornos de pan, ya que ahí cocinaban su propio pan para agasajos y fiestas de las comunidades religiosas.

Parte de los conventos se destacaron siempre por la elaboración de dulces y panes, a excepción del Convento de Santa Brígida, en el cual estaba prohibida la repostería.



En las actas de Cabildo de 1617, el regidor de la ciudad Álvaro Castillo, al informar sobre las fiestas de San Hipólito, dice: “Me previne compré la dicha colación en los conventos de monjas que con más curiosidad suelen hacerlos; confitería que llaman de mano con mazapanes de almendra, de acitrón, y de pera y naranjas y calabazas cubiertas y otras cosas curiosas y doradas, concertando todo a catorce pesos la arroba”.

En el Convento de San Jerónimo, Sor Juana Inés de la Cruz en el Siglo 17, realizó una transcripción de 37 recetas, del libro de cocina del claustro. En dicho recetario la mitad son recetas de pan.




Los conventos de la Concepción y de Santa Catalina de Sena se especializaban en empanadas, el convento de Nuestra Señora de Guadalupe y el de San Bernardo, en bizcochos y tostadas.

El de Santa Teresa la Nueva, en marquesotes de rosca, por cierto estas monjas jamás compartieron la receta. El convento de Santa Clara y Santa Mónica, eran reconocidos por sus deliciosas rosquillas de almendras y crujientes polvorones.

El afán de acompañar o sopear un buen chocolate, llevo a las monjas franciscanas de Santa Rosa de Viterbo, en Querétaro, a elaborar las puchas en forma de concha con sabor a anís, que decoraban con colores.

Las monjas no nada más elaboraron panes para el buen comer, su afán de crear formas y texturas era para llamar la atención a través de ese toque de refinamiento, religioso o simplemente colorido. 





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